Aquila chrysaetos
Desde antaño el ser humano ha sentido una gran fascinación por las águilas, por su hermosura, poderío… No en vano, desde tiempos inmemoriales, su emblemática imagen, que reúne poderosos símbolos de majestuosidad, preponderancia y triunfo, se ha visto reflejada en numerosas culturas en el mundo, siendo protagonista de símbolos nacionales, en banderas, escudos heráldicos y enseñas militares. Pero también, muchas veces, como ocurre con otras especies, ha sido repudiada por el mismo hombre al considerarlas como rivales en la caza de las especies cinegéticas.
El águila real Aquila chrysaetos es la mayor y más poderosa de las rapaces ibéricas, siendo las hembras más grandes que los machos. Durante miles de años ocupó la mayoría de las zonas montañosas de la Península. Actualmente, debido a la presión humana, el hábitat de la reina de los cielos ibéricos, se ha visto reducido, aunque se mantiene estable. Los expertos temen que su población se reduzca los próximos decenios.
Sus presas más habituales entre los mamíferos son los conejos y las liebres, entre las aves destacan las palomas y perdices, mientras que también consumen algunos reptiles (ofidios y lagartos), así como carroña.
Es una rapaz esencialmente rupícola que busca orografías accidentadas y cortados rocosos, ocupando una gran variedad de hábitats, a condición de que el terreno sea lo más escarpado y abrupto posible principalmente en territorios tranquilos donde poder llevar a cabo la nidificación, evitando al mismo tiempo masas forestales extensas.
Al igual que ha pasado con otras emblemáticas especies como el oso pardo, el lobo, el lince, el quebrantahuesos y otros depredadores, el águila real ha sufrido una severa persecución desde el siglo XVII, culminando en el período comprendido entre 1960-1990, donde el uso indiscriminado del veneno para acabar con las mal llamadas alimañas, a punto estuvo de terminar con la especie. Otros factores que afectan a su población es la pérdida de hábitat debido a diversas construcciones en su espacio natural, así como la presión cinegética o el expolio de sus nidos.
Poseedora de un vuelo crucero que llega a los 50 km/h, puede alcanzar los 190 km/h cuando está cazando, y llegar hasta los 320 km/h en descenso picado, superando así a la velocidad de caída del halcón peregrino.
Cada pareja suele ocupar un territorio con extensiones que van de los 20 a los 200 kilómetros cuadrados. Y suelen ser agresivas con sus congéneres ‘invasoras’.
Su ciclo reproductor comienza a finales de enero con la parada nupcial. Las puestas se producen desde últimos de febrero hasta finales de marzo, y constan de uno a cuatro huevos, de color blanco mate y con manchas pardo-rojizas.
La incubación, en la que solo se implica la hembra, se prolonga entre 41 y 45 días. En el 90% de los casos construyen el nido en roquedos situados entre 200 y 2.200 metros de altitud. El nido está constituido por una sólida estructura de ramas, tapizada con hierbas e incluso lana. Los dos progenitores se encargan de su construcción durante unas cuatro a ocho semanas, aunque es la hembra la que hace la mayor parte del trabajo.
Los pollos son cuidados por los dos padres y vigilados continuamente por la hembra, con alguna ayuda del macho, hasta los 14 días. Los dos adultos los ceban hasta que cumplen 30 días, y a partir de ese momento se alimentan por sí solos.
El plumaje se desarrolla completamente en unos 67-80 días. Tras abandonar el nido, los jóvenes permanecen ligados a los adultos unos tres meses más, y luego se dispersan y buscan su propio territorio. No alcanzan la madurez sexual hasta los seis años.