Los últimos pastores del Caroig

Los últimos pastores del Caroig

Con este artículo se pretende mostrar una pequeña introducción del trabajo que he realizado como fotógrafo en estas tierras, que nos aproximaran a unos personajes singulares que han pasado desapercibidos en nuestra historia, que han vivido su vida en el silencio de los caminos y las montañas. Ellos han contribuido a dejar una huella importante en nuestra cultura y patrimonio. Seres anónimos, desconocidos y marginales para la mayor parte de la sociedad, pero de un enorme atractivo para los ojos del observador. Hablamos de los pastores, hombres de campo que respiran la alegría de convivir libremente con la naturaleza…donde sus atributos son la soledad, el sacrificio, el caminar…por las montañas donde ganarse el sustento con su ganado, del que son esclavos y al que han decidido entregar su vida. El pastor siempre tiene la mirada puesta en la naturaleza para escrutar sus designios. Mira atentamente al cielo para suplicar las lluvias que hagan reverdecer los pastos; el puño asiendo fuerte el viejo bastón y, en ocasiones únicamente acompañado por la luz tenue de un cigarro ya bien entrada la noche. En el invierno hay dias de todo, buenos y malos. El frío y el calor se aguantan como uno puede, «porque en esta oficina el aire acondicionado y la calefacción entran y salen por todos los lados pués, es de puertas abiertas», afirma Ramón, pastor de Navarrés, con una irónica sonrisa.

«Así, sea con tiempo bueno o malo, con frío o con nieve, con lluvia o con un sol sofocante pasaran las duras jornadas por los senderos, donde el pastor a veces casi tiene tiempo de prestar atención a su fatigado cuerpo, ya que debe estar siempre pendiente de que el rebaño encuentre pastos, agua y no se salga de los límites marcados por los ramales. Y al acabar el día dormirà en medio del campo, bajo las estrellas».

Hombres acostumbrados a los espacios abiertos, amplios horizontes, limpios, sin límites; a caminar por mil caminos. Con una visión móvil, no cautiva o limitada de los paisajes y las personas, con una mente abierta, libre y culta, aderezada en mil experiencias.

No necesitan campanas o relojes para conocer la hora, pués la calculan perfectamente durante el día por la posición del sol o de su propia sombra y, de noche, por la situación de las estrellas en el firmamento. Tampoco calendarios, ya que aprecian las estaciones del año por la floración de las plantas o el color de las hierbas y por el canto o el vuelo de los pájaros.

Los pastores, sin ellos saberlo, sin sentirse actores y sin darse importancia, han protagonizado una historia singular. Lo trágico es que a medida que envejecen y desaparecen, descubrimos nuevos beneficios de sus conocimientos alrededor del medio y del arte del pastoreo, que, con ellos, se pierden para siempre, y es precisamente por eso que somos deudores de su esfuerzo. Sinembargo ellos han recibido mug poco de la sociedad, tan solo incomprensión, recelos, marginalidad. Siguen más por amor al oficio y a la tradición que por rentabilidad; tan solo las subvenciones de la Unión Europea les ayuda a mantenerse en un difícil equilibrio. Ahora, el pastoreo necesita de nuestra ayuda para adaptarse a los nuevos tiempos y hacerse más atractivo para los jovenes que buscan un tipo de vida más libre y con contacto con la naturaleza. Sin duda, ya no será el pastoreo tal y como lo conocemos. A él se adherirían todas las modernas conquistas, ya sean GPS, o otras como cámaras incorporadas en el lomo de las cabras. Sea como sea, la necesidad de que las ovejas continuen realizando su éxodo diario, dependerá, en parte, nuestra alimentación y calidad de vida.

Durante estos años atrás , Jose Mena ha seguido a distintos pastores1 de estas sierras y ha plasmado unas instantaneas que, por su valor, pueden ser demandadas en un periodo corto de tiempo. Unas bellísimas fotografīas que quedaran para la historia. Su trabajo fotográfico se ha centrado en una de las zonas forestales más importantes de la Comunidad Valenciana, las montañas del Macizo del Caroig, agrestes, salvajes…considerada una de las regiones más solitarias y despobladas de Europa. En este remoto lugar, sobreviven todavía algunos pastores, muchos de ellos con ya más de 70 años y al punto de dejar el oficio que por falta de relevo generacional puede quedar en el olvido. Por tanto, era un deber inexcusable por su parte, alzar acta notarial de las últimas peripecias de los últimos pastores del Caroig, tomando constancia con su cámara y acompañándolos a lo largo de las estaciones, adaptándose a su ritmo, captando con sutil delicadeza, como todo un mundo y una sabiduría, la de aquellos que todavía viven conectados con los ciclos de la naturaleza, se hunde por culpa de un progreso agresivo que no respeta a nada ni a nadie. Por tanto, este trabajo, no solo pretende mostrar una cultura del pastoreo de un determinado lugar, sino que es también un trabajo donde el autor pretende cargar las culpas contra nuestra civilización que con arrogancia se ha creido por encima de la misma naturaleza. Es como no también, una invitación a conocer i respetar el mundo que nos rodea, para decir a los «urbanitas» que no muy lejos, existe un «universo» diferente, un oasis de paz donde podemos vislumbrar una posibilidad de vida distinta.

1 Luís Chorques a la Sierra de Enguera, Ramón García en Navarrés, Jose Vicente Ortiz alrededor del pico Caroig y los hermanos Amando y Jose Avendaño en la sierra de Tous son los principales pastores de este trabajo.

2 En el que he intentado dar a conocer a mucha gente este desconocido mundo pastoril que definitivamente se acaba. Todas mis vivencias, emociones y sensaciones he tratado de transmitirlas tal y como las he sentido en su momento al acompañarlos por estos inmensos, sobrecogedores y espectaculares parajes, viviendo con ellos, tempestades de nieve y lluvia, amaneceres de ensueño… He visto salir el arco iris después de una tormenta de primavera. Como también decía Jordi Tutusaus en su libro Mil anys pels camins de l’herba, me siento afortunado, de haber podido ver y vivir, el final de una historia grandiosa, de una tradición milenaria que, de repente, se ha perdido para siempre.

EPÍLOGO

Me encuentro en un prado perdido dentro del inmenso arbolado del Macizo del Caroig. En los corrales que hay repartidos por estas sierras antaño balaban miles de ovejas. Después de muchos años por estas remotas tierras fotografiando a sus últimos pastores y su entorno natural, fauna, flora y paisaje, he llegado al final de mi trabajo2. Satisfecho de haber llevado a cabo una empresa nada fácil. Muchas han sido las jornadas que he compartido con ellos, donde me han contado miles de historias, alegres, tristes, de sacrificios, sus saberes y tradiciones que se remontan a siglos atrás. El inmenso valor de estos testimonios de primera mano no tiene precio, teniendo en cuenta que el pastoreo tal como siempre se ha realizado ha entrado herido de muerte a las puertas del siglo XXI. Los he acompañado en lo que posiblemente sean sus últimos viajes por los caminos de herradura que atraviesan el corazón del macizo en busca de los mejores pastos para sus rebaños, verdaderas rutas trashumantes por este inmenso santuario natural, un viaje que comenzaron hace ocho mil años los primeros pastores de la Edad de Piedra.

Vengo a este lugar, cada vez que me viene la nostalgia de los rebaños y, por supuesto, para disfrutar de este espacio aislado, agreste y salvaje, aquí me encuentro con el sosiego y la tranquilidad, lejos de las preocupaciones de la ciudad, como bien dicen los autores del libro Paisajes del Caroig: «Paradójicamente es el silencio el valor que más nos sorprende y gratifica. Parece imposible, en esta sociedad alejarse del bullicio producido por todas las actividades humanas: tráfico, industrias e incluido ocio, invaden cada rincon de nuestras vidas. Hasta el punto que no parece existir un solo rincón donde se pueda escapar de él. En esta cualidad es donde el Caroig adquiere una importancia esencial, a nuestro modo de entender el paisaje. Porque las tierras del Caroig son uno de esos pocos lugares en los que aun es posible escuchar el silencio; esa espesa y profunda sensación de silencio. Recostado sobre algún olivo centenario, sentado sobre cualquier peña o caminando por sendas que se pierden en estas inmensidades, se percibe ese «no ruido», tan solo cortejado por el sonido del viento, el trinar de los pájaros o el pisoteo de algún muflón… y nuestra propia respiración».

Jose Vicente Ortiz, es el último pastor del Caroig y pasa los 365 días del año por estos lares. No tiene prisas ni estrés. Nunca me pregunta qué quiero y cuando me voy, tampoco cuando tengo que volver. Existe una cierta complicidad. Nos sentamos en una peña dando la espalda a la cima. Una leve brisa nos transporta los aromas de la montaña mediterranea. Pebrellas, romeros, tomillos, mentas llenan la atmósfera de estas sierras. El aroma de los pinos se mezcla con los olores húmedos de ríos y umbrías. Cae la noche y el cielo se llena de estrellas, en el bosque, al fondo del valle escuchamos el lastimero y angustioso ulular del cárabo, un pájaro nocturno conocido en estas tierras con el nombre de caro. Jose Vicente sabe que es el último eslabón de una saga de pastores, y aunque todavía es joven, lleva muchos años en estas tierras. Sinembargo, a pesar de la dureza del oficio y su dedicación completa a las cabras, su mirada tranquila, amplia sonrisa y sus gestos, me delatan que es feliz aquí y que no añora otros mundos. Unos metros más abajo observamos encerradas en su corral a las cabras. Permanecen también tranquilas, no tienen enemigos, hace más de un siglo que desaparecieron los lobos. Es completamente ya de noche y la luna empieza ya a asomarse por el este. En esta inmensidad y rodeados de bosques y prados permanecemos un largo período en silencio, tan solo escuchamos los sonidos de los cencerros procedentes de algún rebaño lejano.

Cuantas veces, al volver después de alguna dura jornada de pastoreo, me ha contado lo mal que va todo y que resiste más por amor a su profesión que por otra cosa… Yo, absorto con mis pensamientos y con la mirada perdida en la oscuridad de la noche, no le hago caso, y pienso que tal vez al día siguiente a la salida del sol pueda revivir todos los inolvidables momentos de estos últimos años.

Nota final: Texto adaptado de una idea original de Manuel Rodríguez Pascual en su libro «Trashumancia: paisajes, vivencias y sensaciones».

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