El último pastor de Castelló. Ramón Aviñó

El último pastor de Castelló. Ramón Aviñó

En 1994 le hice un reportaje fotográfico al último pastor de Castelló, consciente en ese momento de la importancia del hecho inevitable de la desaparición de un oficio abocado al olvido y absorbido por el progreso.

Gracias Ramon. He sido un privilegiado y siempre me sentiré agradecido de tu bonhomia y que hayas compartido conmigo algunos des tus secretos.

Documento etnográfico.

Ramon Aviñó Martínez tiene actualmente (2007) 77 años, y ya jubilado mira atrás su vida y, con la satisfacción de haber hecho lo que más amaba, afirma: “He sido un hombre verdaderamente feliz haciendo lo que he hecho, el oficio de pastor”. Su trabajo es testigo de un tiempo ya pasado, pero vive en el recuerdo de todos nosotros que nos hemos encontrado en la calle o en el campo con un rebaño de ovejas que nos hacía pararnos. En ese recuerdo pasado, el tiempo tenía otro valor; es decir, podíamos perderlo, algo impensable hoy en un mundo saturado y estresado, donde es imposible la percepción del transcurrir de la vida y del mismo tiempo.

La suya es una familia de gran tradición dentro del mundo de la ganadería. Afirma que ya su abuelo y su padre, Ramon Aviñó Gascó, fueron pastores. La suya no es una labor más, sino el fruto de una vocación amada y todavía añorada por él. A los 4 años ya iba con su padre a sacar el rebaño, ya que no tuvo ocasión de estudiar: «yo no sé nada de eso de escuela»; pero sin embargo, pronto adquirió la verdadera sabiduría que le dio la vida por los caminos llenos de soledad donde era invitado a la reflexión y con continuo contacto con la naturaleza, que también educa y humaniza al hombre. Recuerda cómo, con esta edad tan tierna, cayó dentro del “agua pudiente” que había en la fábrica de papel; si su padre no lo saca, se ahoga -recuerda con angustia-. Esa agua iba a parar al río Albaida desde la fábrica de papel. Su padre le llevó al lavadero que estaba allí cerca y las mismas mujeres que vivían en la fábrica todo el año se encargaron de lavarlo.

El de pastor es, sin duda alguna, uno de los oficios más antiguos. El hombre fue cazador, labrador y ya pronto pastaba a los animales. Ramon Aviñó es el último pastor de Castellón, y ser el último en cualquier cosa va cargado de una gran significación simbólica y temporal, ya que con él se va parte de nuestros recuerdos y añoranzas. Gracias a él y a otros pastores de Castelló podemos hablar de esta legendaria y bucólica figura que los niños de menos de quince años en nuestro pueblo ya no conocen.

El año 1970 marca un antes y un después. Desde ese año, poco a poco, coincidiendo con el éxodo de los rebaños, se extinguen los mismos pastores, pero su éxodo, en cambio, no tiene retorno. Las nuevas generaciones no ven en este milenario, digno y bonito oficio, un motivo que dé sentido a sus vidas. La jornada en verano solía empezar a las seis de la mañana, y terminaba alrededor de las diez, antes de que el sol calentara demasiado. Después, sobre las seis de la tarde y hasta las diez de la noche, volvían a salir a pastar el ganado. En invierno, salía sobre las diez de la mañana, y volvía sobre las cinco de la tarde. El frío y el calor marcan su jornada laboral.

Salía con el “ganao” (Ramón usa este vocablo para referirse al rebaño) prácticamente todos los días del año a excepción del día de Navidad. Si hacía mal tiempo por las lluvias el rebaño se quedaba en el corral.

Sentados en el canal de una acequia ya la sombra de un gran y viejo salustiano, Ramon –mientras el rebaño pastoreaba- me contaba como un verano volviendo de La Pobla por el camino de la Sesguera le sorprendió una fuerte tormenta de éstas que vienen de poniente, y como las cabras no querían seguir adelante sino que se giraban de culo. La granizada los pilló de lleno y fue todo un suplicio hasta que llegaron a casa.

Durante las largas horas de pasto, Ramón, nuestro pastor, se entretiene como buenamente puede. Hay mucho tiempo para pensar y cada uno es fiel a su propia filosofía de vida, esa que ha construido después de tantas horas mirando al cielo y al horizonte. Algunos pastores llevaban la típica flauta de caña de ocho agujeros. Con ese sencillo y antiguo instrumento, se interpretaban bellas y populares melodías que ponían la nota artística y tierna en aquellas soledades. Si las horas se hacían duras, era, fundamentalmente, porque la comida solía ser escasa: un mendrugo, higos secos, sardina salada, salchichón seco, constituían su menú. Una barrica de vino y una calabaza con agua eran objetos imprescindibles. Si faltaba esto, era necesario buscar las fuentes naturales o los pozos.

El equipo habitual del pastor estaba formado por el cayado hecho de almendro, alpargata y calcetines de lana para el invierno, camisa, jersey, gorro de visera con orejeras, navaja, sombrero para el verano, y los fumadores, petaca . Y cómo no, el perro tampoco ha faltado nunca en el equipo de un buen pastor. Como bien me decía Ramon una soleada mañana que le acompañaba por el camino de Els Motxals: “El perro de pastor es muy resistente al calor, al frío y a todos los agentes atmosféricos. Es un perro vivo, inteligente y noble, siempre pendiente del pastor y del rebaño”. Si no se contaba con la compañía de otro pastor vecino, siempre estaba a mano la buena costumbre de mirar horizontes, escudriñar lejanías, observar pájaros y sus nidos, la ilusión del domingo o de encontrarse con la novia en el baile.

Su padre llegó a tener 60 cabras; cuenta que con esto ya se podía vivir bien. Se podía vender leche para la gente del pueblo y las cabritas para los carniceros. Recuerda «el camino de la dula» de Castellón, concretamente el camino viejo de la Pobla Llarga. Antiguamente un hombre se encargaba de sacar el poquito rebaño que pudiera haber en cada casa y lo sacaba a pastar por ese camino, a fin de asegurar la leche en todas las casas y familias del pueblo.

Él llegó a tener 150 ovejas y nunca ha tenido la necesidad de la trashumancia, algo que sí han hecho otros pastores de otras latitudes. Afirma que podía vivir bien en Castellón, puesto que se daban las condiciones necesarias para el pastoreo. La comida del rebaño que guardaba en el corral principalmente para el invierno consistía en hoja de naranjo seca, judías verdes, la siega y rabanillos secos. Todo esto era lo mejor y lo más sano alimento posible para el rebaño.

Rogelio y Ramón

Aún conserva el corral, pero está vacío. Ramón tenía la ilusión de que un hijo suyo continuara la tradición, pero no ha sido posible, porque sólo tuvo una hija y, como él dice, «no era trabajo para una mujer». Aunque hoy sería muy difícil la vida de un pastor en nuestro pueblo, puesto que éste tendría graves problemas para llevar a cabo su trabajo, el campo no es el mismo. Él ya empezó a sufrirlos al final de “su vida como pastor”, hacia el año 1992. Problemas como el tráfico exagerado de los coches sin paciencia, pulverización excesiva de los bancales que dañan al rebaño, la incomprensión la misma gente que se quejaba de la basura o el olor…

Se queja de que la gente que hoy tiene rebaño no quiere a los animales como él los amaba, no tienen el cuidado que los animales necesitan, dice, y no los sacan a pastar. En Castellón llegaron a haber alrededor de 23 pastores, entre ellos destacan: los Talens, el tío Manuel de Sumacàrcer y el tío Varela. Todos vendían leche por las calles. Su padre con 10 o 12 cabras iba a vender la leche en la fábrica; iba por el puente y no había ningún tráfico, sólo los ricos tenían coches. Su hermano Rogelio ya no tuvo esa afición y se dedicó a la tierra. De su hermano decía su padre: “Açò és el ferrer d’Ibi que ferrant, ferrant, perdrà l’ofici.»

Su padre contrataba a niños, a siete pesetas el jornal, para que sacaran el rebaño a pastar. Los problemas graves eran las enfermedades propias del ganado como “la pesuña”, que las mataba llevando la ruina para el pastor, o cuando se hacían llagas en la boca del animal y no podían comer hasta que morían, era un trabajo muy inseguro y actualmente no quedan ya pastores a nuestro alrededor, ni a Manuel, ni a Cárcer, ni a la Pobla…

Sacar la basura es lo que menos le gustaba. Iba por la fuente Amarga, la fuente del Poll, por los baños de Santa Anna, por el río. Dice que por aquel entonces estaba muy fuerte. Ha sorprendido a gente haciendo espárragos, e incluso hurtando naranjas, ha sido un espectador del transcurrir de la vida más cotidiana. Dice haber sufrido mucho, las denuncias por entrar en los bancales de los demás, y le exigían un permiso los guardias. En castellón había 12 guardias que vigilaban el término y un jefe de guardia que les vigilaba a ellos.

Qué lejos aquel pastor perfumado de puro campo, y con el eterno beso del sol, del ciudadano estresado y espeso de nuestros asfaltos. Tan lejos como aquellos tiempos de los de ahora. Esa lejanía que ha quedado en el olvido es la que pretendemos salvar con este pequeño homenaje y estos recuerdos. Especialmente porque el pastor, como el alguacil, el colchonero, el paragüero, el afilador… todos casi olvidados ya por nosotros. Sin ellos, y especialmente sin el pastor y su imagen bíblica del éxodo, al que hoy rendimos homenaje, las montañas, los barrancos, los caminos solitarios, ya no son lo mismo.

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