Remiz pendulinus

El diminuto pájaro moscón Remiz pendulinus con sus apenas 11 cm, se reconoce fácilmente por su llamativa máscara facial negra, algo menos patente en la hembra y grisácea en los juveniles, que resalta vivamente sobre la coloración blanco-grisácea de la cabeza y se prolonga desde la zona baja de la frente hasta la región auricular. Las partes dorsales lucen una tonalidad castaña, más pálida en la hembra, con rebordes negros. El vientre es oscuro con manchas pardo-rojizas difusas en el pecho.
Es una especie estrechamente ligada a los sotos fluviales, así como a lagos, arroyos, charcas o estuarios, siempre que cuenten con abundante vegetación arbórea (sauces, chopos y olmos) entremezclada con carrizos, eneas y arbustos densos y espinosos. En estos lugares no solo encuentra protección mientras deambula hábilmente entre las ramas de los árboles o los tallos del carrizo, sino también emplazamientos idóneos para instalar su característico nido de forma globosa, para lo que usará distintos materiales como ramas finas, fibras (ya sean animales o vegetales), telas de arañas, semillas plumosas, etc.
Su dieta se basa, principalmente, en el consumo de pequeños invertebrados (arañas, insectos y sus larvas, etc.), que obtiene tras prospectar minuciosamente las ramas, tallos, yemas o flores de sauces, chopos y carrizos. A lo largo del invierno ingiere también materia vegetal, sobre todo brotes y semillas de sauces.

Durante el mes de abril, la hembra pone de 5 a 8 huevos de color blanco mate. La incubación dura unos 14 días y solamente la hembra los incuba, mientras que el macho se dedicará a aportar alimento.
Este artículo está dedicado a Miguel de Palma, columbicultor y pescador, fallecido recientemente. Vecino mío de calle, era un hombre curioso y un apasionado de la naturaleza, con el que compartí tantas conversaciones sobre la avifauna de nuestro pueblo. Hace años fue el primero en hablarme de este curioso pajarito, llegando a acompañarme a uno de sus nidos que lamentablemente por su ubicación, fue imposible fotografiarlo. Ahora, muchos años después, la suerte me ha sonreído y gracias a la ayuda de mi amigo Jose Ventura, hemos podido localizar un nido situado en el centro de un taray enorme en muy buenas condiciones para abordar una sesión fotográfica. Miguel, el hombre que controlaba a los ruiseñores del río, alimentaba todos los días a los gorriones en el parque e incluso tenía en una urraca que hablaba, ahora seguro estará esbozando una sonrisa.

