El otoño se ha instalado en la Font Roja. Del mar de naranjos de mi pueblo en la Ribera Alta, paso sin respiro a un mundo con un mosaico de colores ocres y amarillos. En sus rincones más sombríos y húmedos, este bosque caducifolio compuesto por el quejigo o roble valenciano (Quercus faginea), el fresno, el arce (Hacer opalus subsp. Granatense), el mostajo, el tejo, el guillomo… se encuentra en su máximo esplendor.
En el sotobosque de este carrascal formado por especies como la hiedra, la madreselva, la rubia o el durillo, hace unas semanas monté un escondite para fotografiar a algunas especies forestales, buscando la magia que emerge en cada rincón del bosque en este ambiente otoñal.
Abandono ya avanzada la tarde, este lugar tranquilo y sosegado. Hace frío y el cielo está gris. El viento sopla arrastrando densos nubarrones que dejan caer una fina lluvia en el bosque. El invierno está a la vuelta de la esquina..
En la lejanía, diviso los tejados de aquel pequeño pueblo que me trae entrañables y nostálgicos recuerdos. Después de un intenso y fructífero día en el bosque, una buena forma de terminar la jornada es recorrer sus calles silenciosas, solitarias, ahora mojadas por la lluvia, hasta llegar a la plaza donde se alza majestuosa su iglesia con su campanario cargado de historia. Es mi última parada de hoy, antes de llegar a mi casa con la tarjeta de mi cámara cargada de retratos otoñales.