Tarentola mauritanica

La mayoría de personas suelen mostrar una especial repulsa hacia los reptiles. Tal vez sea por ese tacto tan inquietante de los animales poiquilotermos o de sangre fría: un tacto que muchos vinculan con el de la muerte. En todo caso se trata de un sentimiento atávico, irracional, que no nos permite valorar en su justa medida el importante papel que desempeñan los reptiles para el normal funcionamiento de los ecosistemas naturales. Porque mas allá de esa aversión natural, lo cierto es que los reptiles cumplen una misión fundamental como controladores de plagas, manteniendo a raya por ejemplo las poblaciones de insectos y arácnidos de nuestro entorno. Ese es el caso de la salamanquesa (Tarentola mauritanica): el famoso dragón que en las noches de verano suele ser visto en las paredes exteriores y los techos bajos de los edificios, agazapado entre las sombras; un animal tan fascinante como beneficioso para el ser humano.

La salamanquesa es uno de los reptiles más comunes en los entornos domésticos de las ciudades y pueblos, donde acostumbra a convertirse en inquilino habitual (que no parásito) de nuestros hogares. Porque a pesar de todas las leyendas que arrastra en su contra, lo cierto es que este pequeño saurio resulta totalmente inofensivo. La falsa creencia de que se alimenta de la ropa de los armarios es tan disparatada como injusta, pues además de no causar daño alguno a los tejidos, su mera presencia es el mejor agente disuasorio de las polillas, que son las que ponen sus huevos entre las prendas para que las larvas se alimenten de ellas. Sabedoras de esta y de muchas otras virtudes asociadas a su compañía, las gentes del campo no solo no las molestan sino que se muestran complacientes ante su presencia, pues saben que con ellas rondando por los exteriores de la casa se reduce la presencia de insectos que parasitan el hogar.

Si nos detenemos a observar su anatomía y su comportamiento, lejos de asustarnos quedaremos fascinados por la biología de este curioso reptil de vida nocturna. Con un tamaño de alrededor de 15 centímetros de cabeza a cola, su piel, rugosa, escamada, de color pardo grisáceo o gris ceniciento, le permite mimetizarse con la textura de las paredes y techos en las que establece su territorio. Allí permanece durante la mayor parte del día, semioculta en cualquier moldura o saliente, hasta que cae la noche. Entonces acude sigilosamente hacia los límites de las sombras para detenerse, justo antes de que la luz delate su presencia, y quedarse durante largos minutos completamente inmóvil, aguardando el momento preciso para abalanzarse por sorpresa sobre sus presas: polillas, típulas, moscas y mosquitos, arañas, escarabajos, cucarachas… su menú lo componen los visitantes menos estimados de nuestros hogares.

Si observamos con detenimiento los dedos de la salamanquesa veremos que son planos, globosos y abultados. Durante años se creyó que en ellos se hallaban las ventosas que le permitían corretear boca abajo por los techos y las paredes verticales. Ahora sabemos que no es así. Los científicos han descubierto que el secreto de estos reptiles para mostrar tan sorprendente capacidad de adherencia está en unas sofisticadas pilosidades que conservan entre los pliegues de las palmas de la mano. Gracias a esos filamentos consiguen desplazarse en vertical por cualquier superficie, incluso el cristal de las ventanas.

Si tenemos oportunidad de admirar con detalle a estos curiosos geckos, con ayuda de unos prismáticos, nos llamará la atención el aspecto de sus enormes ojos: dorados, como rellenos de purpurina, y con una pupila negra en forma vertical que le atraviesa el globo ocular de arriba a abajo para darle ese aspecto de criatura galáctica.Cuando pase el verano cualquier agujero le servirá de madriguera para pasar el invierno sin causar molestia alguna, reservando sus fuerzas para iniciar otra vez sus sorprendentes correrías por paredes y techos en cuanto llegue la primavera. Texto: Jose Luis Gallego. La Vanguardia.

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