Tiempo de trashumancia
La ruta del Llosar:caminos de trashumancia en busca de la eterna primavera
La trashumancia y los trashumantes precisan una protección, y por encima de todo, un reconocimiento. En el año en el que la trashumancia ha sido declarada oficialmente en España, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, solo tres pastores turolenses la mantienen viva en una de las rutas hacia el mediterráneo, concretamente la vía pecuaria del Llosar. En esta ocasión y para conmemorar este reconocimiento a nivel mundial más que merecido, les he acompañado en el desplazamiento estacional de sus rebaños, siguiendo una tradición secular, tal y como hicieron sus antepasados por cañadas y veredas cargadas con siglos de historia, una herencia todavía viva que hoy acumula un rico patrimonio cultural y etnográfico, reflejado en fiestas y tradiciones, en la toponimia, la gastronomía y la arquitectura relacionada con esta actividad.
A las puertas del verano, un año más el ciclo ganadero se repite. Al igual que hace siglos, los pastores realizan cientos de kilómetros andando con su ganado en busca de esa eterna primavera que les garantice pasto natural y temperaturas agradables todo el año. Los dos rebaños de Eduardo y Gonzalo superan las 1100 ovejas e iniciaran la trashumancia en el Baix Maestrat , desde Traiguera y San Rafael del Río, respectivamente, huyendo de la calor buscando los verdes y frescos pastos de Teruel. Cuando llegue el otoño harán el recorrido al revés, descendiendo desde los prados situados cerca de los 2000 mts de altura hasta el nivel del mar, esta vez buscando los pastos de invierno de la costa que tienen un clima más agradable que no el riguroso invierno de las montañas, en el que un manto de nieve lo cubre todo gran parte del tiempo.
Andaré con ellos en esta larga travesía de sol a sol, un camino que reporta enormes beneficios tanto para el ecosistema como para el bienestar de los animales, recorriendo una media de 25 km al día y durmiendo bajo las estrellas… difícilmente se puede describir una trashumancia si no se vive de cerca.
Relato de la vereda realizada la primavera de 2024 (23 al 26 de mayo) por Eduardo Altaba Palomo (16 octubre 1958) desde Traiguera a Cantavieja.
Relato de la vereda realizada la primavera de 2024 (28 al 31 de mayo) por Gonzalo Gargallo Altabas (30 abril 1970) desde San Rafael del Río a Cantavieja.
Primer día de vereda: partimos de buena mañana desde el corral en San Rafael del Río, andando entre campos de naranjos, que conforme va avanzando el camino van siendo substituidos paulatinamente por el secano: olivos, garroferos y almendros. Poco antes de llegar al río Cérvol, divisamos bandadas de multicolores abejarucos de elegante y acrobático vuelo, al tiempo que emiten su característico canto. Cruzamos las aguas de este río por un puente de cemento, donde las ovejas aprovechan para beber y descansar. Reanudamos la marcha progresando a buen ritmo hacía Traiguera, donde en toda su comarca existe la mayor concentración de olivos milenarios del mundo. Situada a una altitud de 271 mts, posee casi íntegro el casco urbano antiguo de diseño medieval. Rodeamos esta población para seguir la vereda hacia el término de la Jana.Va transcurriendo la tarde en el olivar, bajo un cielo azul con algodonosas nubes blancas. Algunos verdecillos, desde las puntas de rama de grandes y viejos garroferos, cantan cerca del camino por donde pasamos. Siguiendo el paso llegamos a la carretera nacional hacia Zaragoza que pasa por Morella, que en algunos tramos coincide con la Cañada Real y que nos llevará a Chert1, donde la vereda es ancha y tranquila. Entramos en el pueblo por su calle principal, para al abandonarlo y después de cruzar la carretera de Zaragoza, adentrarnos en la Rambla de En Roig, un barranco gravoso que se hace muy pesado atravesarlo.
Hacemos nuestra primera noche al raso en En Roig, un barrio de Chert, cerca de un abrevador con agua potable del pueblo.
1 Un antiguo refrán pastoril que decía “per Chert pasa despert”, alertaba de los robos de ganado que se hacían al cruzarlo.
Segundo día de vereda: Con las primeras y frescas luces, iniciamos la marcha por la apacible vereda. El camino aquí tiene buena anchura, y es importante salir de la rambla antes de que caliente el sol. La abandonamos sobre las 10 de la mañana por el Hostal del Maestre y entre muros de piedra entramos al barrio del Maestre, donde el rebaño apacigua su sed en unas balsas que siempre tienen agua para abrevar. Siguiendo por el Barranco de Salvasoria, llegamos a Las Covetas. Conforme la cálida tarde se va apagando, un suave frescor se va extendiendo por el monte. Paulatinamente la sonoridad de la penumbra va sustituyendo la algarabía diurna. La estrofa de la abubilla, el trinar de multitud de pajarillos, el zumbido de las moscardas entre otros, se cambia por el ulular de los mochuelos, el aflautado reclamo del autillo, el rasgueo de los grillos y los chasquidos metálicos de los murciélagos. Hemos llegado al final de la segunda jornada, donde en este escenario que nos ofrece la naturaleza pasaremos la noche también bajo un cielo estrellado de ensueño.
Tercer día de vereda: Por la mañana, tras dejar la masada de Salvasoria llegamos a la fuente con el mismo nombre, en la que almorzamos bajo la sombra de unos chopos centenarios, mientras escuchamos desde la frondosidad del bosque la aflautada estrofa de la oropéndola. Sobre las doce arrancamos para proseguir por una escarpada ladera, donde las ovejas tienen que ir ascendiendo lentamente en zigzag este duro desnivel que el rebaño acusa a estas alturas del recorrido. El paisaje a nuestro alrededor ahora es diferente, hemos pasado de los extensos olivares a un espacio poblado de carrascas y sabinas que se alternan con bosques de pino negro, carrasco y albar, un monte bajo en el que crecen numerosos arbustos y hierbas que algunas de ellas son aprovechadas por el rebaño, como el romero, tomillo, espliego, manzanilla, poleo, zarzamora, boj, jara, espino blanco, endrino, enebro, aliaga, muérdago, hinojo, acebo, madreselva y amapolas entre otras… Hacia las dos hemos llegado al llano y nos ponemos en dirección a la aldea de La Llacua, el poblado más meridional del término de Morella a una altitud de 1069 m. Cruzamos este lugar, todavía hoy habitado por algunas familias, donde desde lo alto de una ventana una somnolienta lechuza nos observa sin inmutarse. La cañada aquí es bastante amplia que nos lleva por barrancos y collados hasta una inmensa vega perteneciente a Ares y Morella. Son las seis cuando llegamos a la Balsa Verde. Aquí tenemos agua y un gran azagador que por lo general siempre está verde.
Partimos desde la Balsa Verde buscando la Cañada de Ares, cruzando un valle muy largo y grande bajo la atenta mirada de los buitres que nos sobrevuelan.
Ya es casi de noche cuando llegamos al Llosar, pedanía de Villafranca del Cid, donde guardamos a las ovejas en un redil que a su vez posee adjunto una refugio habilitado para los pastores trashumantes, en el que pernoctaremos, esta vez bajo techo, en esta última noche de vereda.
Cuarto día de vereda: Desde el corral del Llosar, mientras escuchamos la cadenciosa estrofa del enigmático cuco, que sin duda ha sido el protagonista de este apasionante viaje, sobre todo en esta cuarta jornada, emprendemos una nueva vereda. A los 10 minutos, todavía entre dos luces, y con el vuelo de los murciélagos compartiendo espacio aéreo con el de golondrinas y vencejos, pasamos por delante de la Ermita Virgen del Llosar, emblemático sitio de paso de los ganados trashumantes.
Ahora nos espera un tramo difícil antes de llegar a la Puebla del Bellestar, pues durante unos 2 Km aproximadamente, la vía pecuaria coincide con la misma carretera, lo que obliga a los automovilistas a hacer cola detrás del ganado, y no todos entienden la situación. Habría que recordarles que la Ley de Vías Pecuarias, de 1995, establece que los animales tienen preferencia de paso sobre los vehículos. La trashumancia es una actividad milenaria que lleva siglos por delante de las cuatro ruedas y el motor.
Llegamos a la Puebla del Bellestar sobre las 8:30 de la mañana. Todo el conjunto formado por la ermita de San Miguel, el puente y las masías adyacentes forman uno de los mejores exponentes de la arquitectura rural valenciana medieval. Se trata, sin duda, de un lugar de gran interés histórico y artístico que sirve de límite entre la Comunidad Valenciana y la de Aragón, entre las provincias de Castellón y de Teruel. Cruzamos el cauce seco de la Rambla de las Truchas por el puente gótico, una verdadera joya de la arquitectura medieval, sobria y estilizada al mismo tiempo, capaz de haber soportado el paso del tiempo y de las poderosas avenidas del “Riu de les Truites”, uno de los mejores cauces fluviales intactos de la Comunidad Valenciana y que posee un entorno medioambiental de gran belleza y valor ecológico por su fauna y flora. Según las crónicas del Rey, este puente fue por donde Jaime I vino desde tierras aragonesas hacia la conquista del Reino de Valencia. En la cercana chopera escuchamos el insistente y estridente reclamo del pito ibérico, en el soto el monótono «u-pu-pu» de la abubilla y el melodioso, aflautado y pausado canto del mirlo común, mientras tres siniestros cuervos emiten unos graznidos sobrevolando en lo alto.
El día es muy tranquilo con una vereda muy descansada, no hay orillas ni nada que vigilar pués el camino va entre paredes. A la entrada de la Iglesuela del Cid, sobre las 11 de la mañana, nos recibe el insistente croar de las ranas de una charca cercana, que se mezcla con el sonido de las esquilas y el balar de las ovejas. Cruzamos esta mágica y bella población en la que este acontecimiento trashumante es recibido con mucho júbilo por parte de sus habitantes, de algún turista o curiosos de la comarca que se acercan.
A la salida del pueblo encontramos un abrevadero, luego seguimos, por un camino polvoriento que discurre entre paredes repleto de cardos y otras plantas ruderales, entre las que destaca el Panical Eryngium bourgatii, muy utilizado en el mundo pastoril, en el que los pinchos de sus flores son utilizados para la picadura de la víbora y también para que no hinche el queso recién elaborado.
Cruzamos la carretera Castellón-Teruel y nos metemos de lleno en el barranco de Arahuet para ir ascendiendo todo el tiempo por el GR8 dirección Fortanete, custodiados siempre por el bosque de pino albar, donde en los márgenes del camino crecen arbustos como el espino albar y el rosal silvestre o calambrujo. Este ambiente nos acompañará durante largas horas hasta llegar a los pastos montanos de la cumbre, reino del boj, la sabina rastrera conocida en el lugar como chaparra, el enebro…
Llegamos a un punto desde el que divisamos la cruz metálica de Tarayuela, situada en lo alto de un cerro calizo a 1.738 metros de altitud, por encima del río con el mismo nombre, esplendido mirador que domina todo lo que alcanza la vista del mediodía de Cantavieja. Me quedo unos instantes observándola, y Gonzalo como si leyera mis pensamientos decide acompañarme al lugar, estamos a tan solo 10 minutos de llegar a la Masía de Altaba, y para arribar a la cruz tenemos que desviar nuestro camino, pero Gonzalo, en un alarde de entereza y pasión por lo que hace y después de llevar cuatro días de vereda y más de 100 km acumulados en sus piernas, encamina sus pasos hacía la cruz, mientras las ovejas siguen por la otra senda pastando tranquilamente, pues ellas se conocen el recorrido. Al llegar al collado nos detenemos unos instantes observando en silencio el maravilloso espectáculo a nuestros pies: verdes pastos que se pierden en lontananza, una masía con su corral y sus campos abandonados, el pueblo de Cantavieja… todo a nuestro alrededor rezuma aire de otros tiempos. Una soledad aquí arriba que regocija y alimenta el espíritu, solo interrumpida por el silbido del viento…De repente el cielo nos obsequia con uno de sus mejores regalos: a no demasiada altura se divisa, con la mano en la frente para evitar el fuerte sol, la conspicua silueta de una rapaz blanquinegra que se instaló en estas tierras proveniente de lejanísimos mundos a principios de la primavera. De aspecto despistado y excéntrico, con un vuelo boyante, amante de los riscos y las cresterías y de recorrer pausadamente los rasos, los páramos y las dehesas: el Alimoche, que sobrevuela estos inmensos y desolados montes.
Con la emoción del momento, deshacemos el camino en busca del rebaño, al que definitivamente alcanzamos para proseguir por el pinar de la Nava a la Masía de Altaba, final de este apasionante viaje.
En los pastos de verano en la comarca de Gudar-Maestrazgo todo fluye con más tranquilidad, las ovejas se pueden dejar solas entre los pinos y los pastizales montanos al cuidado de los perros pastores y solo las guardan por la noche en la masada. Todo lo contrario ocurre con las invernadas en el Levante y Cataluña donde resultan más complicadas, pues la especulación inmobiliaria por una parte, y la proliferación de la agricultura intensiva, por otra, que implica un control más directo sobre el ganado para evitar que dañen los cultivos a la vez que se puedan intoxicar por el uso intensivo de los herbicidas y pesticidas. Todo esto está haciendo retroceder el área de pastos aprovechables, al que se le unen también problemas como el envejecimiento de los pastores, que a pesar de esta tradición heredada de sus padres y abuelos, reconocen que la hacen por las duras condiciones climatológicas que soporta la comarca en los meses invernales, viéndose en la necesidad de buscar un clima más benigno que les permita reducir los costes al tener acceso a pastos naturales.
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Cuando llegue el mes de octubre, el ambiente otoñal se intensificará, las temperaturas bajarán ostensiblemente, con vientos helados, celliscas, frecuentes aguaceros y nevazos. Las sierras y las dehesas, los valles y los sotos se quedarán un poco huérfanos, volviendo la soledad a nuestros montes hasta los días duros del invierno, mientras la fauna del verano se marchará hacía tierras lejanas, como también, desde hace siglos lo harán los rebaños trashumantes.
Entrevista radiofónica a Gonzalo Gargallo: https://www.lacomarca.net/podcasts/trashumancia-hacia-el-maestrazgo-juntos-construimos-el-futuro/