Viernes Santo. El Santo entierro

El insolente temporal que ha castigado a Cuenca estos días ha tenido la deferencia de respetar el luto de la Procesión del Santo Entierro, un funeral que ha devuelto el pulso a la Semana Santa de Cuenca. Con esta tregua el desfile del Santo Entierro ha podido salir a la calle, solemne y silencioso en señal de respeto por la muerte de Jesús de Nazaret, participativo en cuanto a hermanos -más de 500 nazarenos de tulipa- y arropado por numeroso público sediento de procesión y que ha acudido en masa al sepelio, tras unos días en el que se suspendieron todos los actos. Aun así, el Nazareno conquense tiene grabado de anteriores años, en su disco duro, las escenas de la pasión pérdidas. 

Los Caballeros escoltan al yacente, obra del escultor Marco Pérez, que sale a las 9 de la noche de la Catedral cuando suena el Himno Nacional en la abarrotada Plaza Mayor, mientras las enlutadas damas de la Congregación acompañan a la madre que comienza su procesión con la marcha de infantes interpretada por la Banda Municipal. Todo bajo la atenta mirada de unos seres demoníacos de los siglos XIV y XV, que vienen a recordarnos que las fuerzas del mal siempre están presentes, esperando una oportunidad para causar conflicto y discordia.

Las gárgolas de la Catedral de Cuenca, están representadas por seres demoníacos, dragones y personajes alados. 

La comitiva siguiendo el empedrado al ritmo que marcan los tambores de la banda de la Junta de Cofradías, guían el cortejo fúnebre del que forman parte todas las hermandades de la Semana Santa que han poblado las filas de esta multitudinaria procesión.

Cuando la oscuridad invada de nuevo la Ciudad, la bulla de la madrugada se habrá tornado en mutismo total. Propios y extraños estaremos absortos acompañando el Santo Entierro, siendo compañía de Soledad y escolta del Yacente en el trayecto desde el Gólgota hasta el Santo Sepulcro.

Una lluvia fina sorprende a la procesión cuando la Cruz desnuda ya estaba en la calle, por fortuna las gotas de duda se disiparon y la comitiva retomo su camino.

Las nubes dan algún pequeño susto al Santo Entierro en su descenso por la calle de Alfonso VIII.

El coro del conservatorio espera en San Felipe Neri y canta O Crux Ave cuando la cruz desnuda se detiene a las puertas del templo.

El yacente es el siguiente paso que alcanza los oblatos y el coro le dedica el primer miserere de esta Semana Santa plagada de suspense.

La procesión del Santo Entierro llega a la calle de los Tintes, un escenario en el que se une al funeral el río Huecar, que funde su melodía de agua con las marchas nazarenas que interpretan las bandas.

La noche más triste llega a su final en la Iglesia del Salvador. Concluye así un Viernes Santo que no cesó de derramar lágrimas, primero sobre las aceras en forma de lluvia y al final de la noche sobre las almas, donde más cala la congoja. Jesús Huerta.

Las calles enmudecen cuando irrumpe la Venerable Hermandad de la Cruz Desnuda de Jerusalén, con el simbólico paso de la Santa Cruz y con los golpes de las horquillas en el empedrado como único sonido.

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