Ramón García, pastor de Navarrés VI

Ramón García, pastor de Navarrés VI

Gener de 2010

Una fría tarde del mes de enero el rebaño de Ramón pasta tranquilamente en el alto de una sierra, en el rebaño hay una oveja moribunda, Ramón me dice que hace unos 3 días le picó un sadetón. Por la tarde decide dejarla en el corral, pues la veía en muy mal estado. Las víboras son uno de los peligros con los que se puede encontrar un pastor. Esta serpiente suele picar en el cuello. El pastor, con una rama afilada de espino negro que siempre lleva en el zurrón, hace un agujero con mucha maña en la piel de la oveja para extraer la máxima cantidad de veneno posible, para después inyectarle penicilina. Esta vez, la oveja lo puede contar: “se va a salvar”. El pastor Vte Talens que nos acompaña este día dice que el la rama afilada la hace con garbuller i petorret pues según él dice que “aunque no llega a ser tan dura como el espino negro, se trata de un tipo de leña que no infecta la herida”.

Pasamos la tarde cerca de una fuente, a la sombra de un inmenso pino. Ramón aparece como un hombre tranquilo, aquilatado por el paso del tiempo y los mil problemas resueltos con paciencia. Se le nota el cariño por sus animales y, concretamente por sus ovejas, a las que cuida con esmero. Cuenta que cuando hacia la trashumancia las cuidaba como las niñas de sus ojos, pues se detenía a descansar con ellas, aunque ello supusiera perder la marcha del camino y sumar más horas a la marcha. Otros pastores, en cambio, con tal de llegar cuanto antes y tener al abasto las comodidades necesarias, realizaban el camino sin detenerse, con el consiguiente sufrimiento y agotamiento del ganado.

Ramón repasa conmigo todo tipo de andanzas y desventuras (cual Quijote aventurero), el camino da para la confidencia, pues si algo sobra es tiempo y si algo falta son prisas.

Ahora le viene a la memoria un suceso: “un día lo pase muy mal, había mucha niebla, imposible ver nada, y me perdí en medio de una tormenta, incluso con la linterna no podía ver “ni a un palmo de tierra”, al final tuve la suerte de encontrar una casa-corral, La Umbría Negra, que ya por aquella época (1970) ya estaba abandonada. Esta casa lindaba con La Matea de Enguera. Por suerte, pude meter todas las ovejas en el corral y pasar la noche, empapado y muerto de frío…”. Ramón tuvo suerte esta vez, pues la puerta que daba al corral estaba cerrada pero, gracias a un cordel que pudo desligar hábilmente, entró con su ganado. Más adelante se pudo guarecer en la casa la Segurana, dotada con muchos corrales y así, poco a poco, pudo burlar la dura climatología y acercarse a lugares seguros. Hay que pensar que la visión del ganado es fundamental en todo momento, y en estos casos la pérdida de alguna pieza puede representar grabes pérdidas.

Ramón también realizó trueque en los años cincuenta. Hay que decir que el cambalache está muy relacionado con la vida pastoril, pues se utilizaban los mismos caminos, e incluso, las mismas salidas para realizarlo. Rememora conmigo lo que fueron los cincuenta, sin duda fueron años difíciles y él me dice que ahora se habla de crisis, cuando todo el mundo vive, viste, come y se van de vacaciones con un lujoso coche. Bajaban, él y su padre, a la localidad de Cárcer y se subían 200 kg. de arroz, todo a lomos de la caballería, a cambio de 100 kg. de higos secos que traían de la sierra. Con estos 200 kg. de arroz volvían a hacer negocio: 100 kg. para un año de consumo propio y los otros 100 kg. los cambiaban en Ayora por 200 kg. de trigo. No había dinero y se hacia necesario agudizar el ingenio. En otra ocasión bajaban rebollones, entre 80 y 100 kg., y los cambiaban también por arroz. Si era necesario se buscaban caminos alternativos, pues la Guardia civil estaba en los caminos para impedir el estraperlo o comercio ilegal. Si la benemerita los pillaba les requisaba lo que llevaban (aceite, maiz, harina…) y les ponía una buena multa. Aun así, la gente se arriesgaba y viajaba de noche, la necesidad era grande. Se podía tardar una noche entera para ir de Alpera a Navarrés. Eran tiempos donde la Guardia Civil tenía mucha autoridad. Se presentaban, de vez en cuando, en casa de Ramón a cenar y su madre les cocinaba lo mejor que tenían. Después se quedaban a dormir y Ramón y su hermano, sin rechistar, dormían en el pajar.

La coca de dacsa era el alimento principal en aquellos tiempos. La dacsa se molía y sustituía el trigo, que era un lujo. Era una masa más dura, pero no había otra cosa que comer. Ramón afirma que, si fuera necesario, lo volvería a comer sin complejos. Otra fuente importante de provisiones era la matanza del cerdo. Del gorrino se aprovecha todo: se freía la carne y se echaba a un jarrón cubierto con el mismo aceite usado, de modo que se conservaba perfectamente. Las “butifarras” se ponían en una caldera a hervir y después se colgaban en la chimenea, para ser utilizadas posteriormente. Afirma Ramón que hoy aquella carne se echaría a perder, pues ya no tiene la calidad de antaño, ya que el pienso y el material que comen los animales no valen nada.

Percibimos en Ramón una mirada penetrante y segura, en ocasiones de añoranza y mirada baja, pero en todo momento se trasluce un gran amor a su trabajo, que en definitiva, ha sido su vida. Bajó muchos años hacia los caminos de Almansa buscando alimento para su redil: su rostro lleno de surcos, reflejo de mil caminos andados; su cayado, en ocasiones, sostiene su cuerpo fatigado y ya desgastado por el tiempo. Su perro, fiel amigo que ha escuchado y vivido, junto a su dueño, mil historias; y, en lo lejos, se adivina la silueta del amigo callado guiando a su rebaño y que encierra, en sus blancas sienes, un pozo de sabiduría inescrutable. Como techo, un cielo estrellado que contempla sus últimas andanzas y que le homenajea con la brillante luz de sus astros.

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