Strix aluco

Sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba!… parten las brujas volando en escobas o transformadas en cárabos… rumbo a Cernégula…

Cae la tarde en algún solitario y apartado lugar del imponente y salvaje Parque Natural Macizo del Caroig. Después de una larga jornada recorriendo sendas y caminos llego a la linde de un inmenso bosque, tras haber atravesado un interminable mar de olivos.

Avisto a lo lejos bandadas de fringílidos, bisbitas y estorninos deambulando por sementeras y labrantíos por las afueras del pueblo en busca de semillas, mientras que los enlutados y solemnes cuervos trajinan en corrales y pastizales.

Comienza a oscurecer. Estamos en el otoño, el frío se deja notar, acompañado de una neblina que, bajando de las cumbres, empieza lentamente a invadir el valle, para penetrar en la espesura boscosa en la que me dispongo a entrar, allí donde la débil luz que refleja la luna es tamizada por el ramaje de los árboles, lo que acrecienta más la sensación de oscuridad. Hace ya un tiempo que he dejado de escuchar a las criaturas diurnas, ahora todo es silencio en este lugar perdido; bueno, no todo, si uno se detiene unos instantes, puede escuchar el viento azotando las ramas de los árboles.

Un motivo me ha hecho llegar hoy hasta aquí, he venido a escuchar el lamento lloroso de un pájaro nocturno de la familia strigidae (búhos y mochuelos) de grandes ojos negros y amante de los bosques, el cárabo o caro Strix aluco, conocido en muchos lugares como el pájaro de las brujas, y puedo asegurar que su fantasmagórico grito, es una experiencia única que deja una especial huella auditiva.

Durante muchos años transitando estas sierras en busca de su esquiva fauna, este enigmático pájaro fue mi objetivo fotográfico durante mucho tiempo. Algunas de las fotografías que obtuve en su momento se pueden observar ahora en este artículo. Pero hoy no he venido a fotografiarlo, sino a escucharlo, a recrearme, a satisfacer mis sentidos, pues ahora, en las noches de otoño, cuando la luna proyecta su luz en el bosque y envuelve de sombras el monte, es muy probable escuchar el estremecedor y potente ulular grave y profundo del cárabo, y para ello me detengo en un claro del bosque donde se filtra con más intensidad la luz de la diosa Selene, en el que en unas dos horas va a producirse un acontecimiento astronómico relevante: un eclipse parcial, que por supuesto voy a fotografiar y que quedará inmortalizado. El escenario, si las nubes no lo impiden, promete.

Cómo todavía faltan unas horas para que la sombra de la tierra muerda un pedazo de la luna, asciendo por una escarpada ladera que me lleva a un risco, un punto dominante desde donde voy a esperar a que este enigmático, huidizo y desconfiado pájaro se deje oir, porque verlo es casi imposible, pués su plumaje pardo grisáceo que puede variar hasta los tonos pardo-marrones más oscuros, tostados o arcillosos se mimetiza a la perfección con la corteza de los árboles.

Con una altura de unos 45 cm., su aspecto es rechoncho y compacto, resaltando en su figura una voluminosa y redondeada cabeza, carente de los característicos penachos que si muestran otras rapaces nocturnas con un par de patas fuertes y robustas cubiertas de plumas.

“En la imaginación del hombre rural se reviven fantasmas, seres misteriosos y otras representaciones de lo desconocido…así, en las sombras de la noche vuelan las brujas montadas en sus escobas, mientras el cárabo, bate sus alas entre el resplandor de la luna y el débil parpadeo del cielo estrellado.”

Sus ojos son dos grandes bolas negras que parecen incluso mayores por los discos faciales que los rodean, con una pupila extremadamente dilatada, cien veces más sensibles a la luz que el ojo humano. Además tienen la habilidad de girar su cabeza hasta unos 270º, cualidad que junto a la anterior hacen que estos pájaros posean una visión privilegiada en ángulos y claridad de matices.

Se alimenta básicamente de roedores: musarañas, topillos, ratas y ratones, aunque también captura pequeñas aves, reptiles o insectos, incluso en ocasiones presas de mayor tamaño, como conejos.

 El Cárabo es monógamo y se empareja de por vida, defendiendo valientemente su territorio, que suele ser el mismo cada año. A finales de otoño inician su celo, que se prolongará hasta bien entrado el invierno. Construirá su nido en los huecos de árboles viejos y de gran porte, pero también en casas viejas abandonadas. La puesta, de tres a cuatro huevos de color blanco, es incubada durante un mes por la hembra. Los polluelos empiezan a volar camuflados por los alrededores del nido a principios de primavera y se independizan y dispersan en verano.

Durante el día permanece oculto en algún rincón sombrío del bosque para salir solo cuando reina la oscuridad. Y ahora, el momento ha llegado: Desde el alto risco donde me encuentro sentado y mientras observo en la lejanía el murmullo del río, que destaca bajo la luz de la luna, asemejándose a una serpiente gigantesca, extraigo del bolsillo mi reclamo artesanal que imita la voz del cárabo y empiezo a llamarle. Al ser un ave muy territorial y curiosa no tarda en acudir al encuentro, sobrevolando silencioso cerca de mi cabeza, posándose unos instantes en un árbol cercano, para después de comprobar quién era el intruso, desaparecer en la oscuridad levantando el vuelo.

Y me podéis creer que, en el silencio tenebroso de la noche, esta vez, bajo una luna llena en fase de eclipse, escuchar su ululato lastimero semejante a una risotada, impresiona. Cuando esto ocurre, más allá de cualquier estremecimiento, su enigmático y misterioso ulular, nunca te deja indiferente, un sonido inconfundible, que nos vincula directamente con la naturaleza más salvaje que hemos invadido y alterado sin su permiso.

Reproducción de su canto:

Brotando de la oscuridad, sin saber muy bien si estamos ante un ave o un fantasma, el ulular del cárabo rompe el silencio de la noche y nos inquieta ante un lloro que parece provenir de un espíritu atormentado que se esconde en algún rincón perdido de la espesura. Este ulular penoso y melancólico, que recuerda el llanto desconsolado de un niño, ha sido el mayor de los temores de incontables hombres y mujeres de campo, que apurando las labores en sus tierras, se han visto sorprendidos por la noche aún lejos de la luz tranquilizadora de los pueblos. Resulta comprensible el miedo que este canto lastimero provocó en generaciones de pueblos que desconocían el autor del ¡ulular que hiela la sangre! (Aquila naturaleza.wordpres.com).

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